Escribe Lic. Clavel Azucena San Román Suárez
Es evidente el poco interés que despiertan los libros en nuestros niños, adolescentes y jóvenes. La mayoría de ellos asocia la lectura al aburrimiento y al castigo, y se entrega a esta actividad más por obligación que por voluntad propia… si es posible, tratan de evitarla como el caso de los alumnos que para cubrir las exigencias de los exámenes sobre obras literarias, recurren a la solidaridad de los amigos que sí leen, para hacerse contar los argumentos.
En sus trabajos estudiantiles prefieren casi siempre recibir instrucciones verbales antes que escritas, separatas y documentos condensados en lugar de las obras mismas; eligen los gráficos y las operaciones para no redactar.
En estos tiempos, un libro no siempre es bien recibido como regalo, pues la lectura y el libro están asociados a deberes y evaluaciones, de ninguna manera a la vida misma.
Pero la poca lectura no sólo es problema de los adolescentes y jóvenes; los adultos tampoco leen como se espera: concluidos sus estudios superiores, quienes pueden hacerlo –salvo exigencias especificas de carácter laboral- con frecuencia abandonan toda iniciativa propia de lectura. No obstante, el prestigio social de la lectura es tal que aquellos que no lo practican cargan una suerte de culpa que los lleva a excusarse permanentemente con un “Me gusta leer, pero no tengo tiempo”.
No hay evidencia de que la escuela trabaje con un plan de formación del hábito de lectura; lo único que hace es enseñar a leer por necesidad.
La esencia de la lectura es la construcción del sentido y esta sólo es posible en el marco de un encuentro personal e intimo del individuo con el cuerpo textual. Un encuentro que se caracteriza por la interacción entre el mundo afectivo y cognitivo del lector y el mundo del autor plasmado en las estructuras del texto.
Como resultado de esta interacción, el lector que asume un rol activo descubre y elabora respuestas, formula nuevas preguntas; esto construye un sentido.
La mayoría de los hogares no cuentan con una biblioteca bien equipada o simplemente carecen de ello, las instituciones públicas cuentan con unas bibliotecas obsoletas y las instituciones privadas no brindan atención a todo el público.
Por encima de todos, los más interesados en la formación de los adolescentes son los padres y ellos son los que deberían de preocuparse en formar un hábito de lectura en sus hijos, dejando de lado sus necesidades personales y dedicándose más a ellos. Siempre decimos y esta demostrado: “se enseña con el ejemplo”.
Es evidente el poco interés que despiertan los libros en nuestros niños, adolescentes y jóvenes. La mayoría de ellos asocia la lectura al aburrimiento y al castigo, y se entrega a esta actividad más por obligación que por voluntad propia… si es posible, tratan de evitarla como el caso de los alumnos que para cubrir las exigencias de los exámenes sobre obras literarias, recurren a la solidaridad de los amigos que sí leen, para hacerse contar los argumentos.
En sus trabajos estudiantiles prefieren casi siempre recibir instrucciones verbales antes que escritas, separatas y documentos condensados en lugar de las obras mismas; eligen los gráficos y las operaciones para no redactar.
En estos tiempos, un libro no siempre es bien recibido como regalo, pues la lectura y el libro están asociados a deberes y evaluaciones, de ninguna manera a la vida misma.
Pero la poca lectura no sólo es problema de los adolescentes y jóvenes; los adultos tampoco leen como se espera: concluidos sus estudios superiores, quienes pueden hacerlo –salvo exigencias especificas de carácter laboral- con frecuencia abandonan toda iniciativa propia de lectura. No obstante, el prestigio social de la lectura es tal que aquellos que no lo practican cargan una suerte de culpa que los lleva a excusarse permanentemente con un “Me gusta leer, pero no tengo tiempo”.
No hay evidencia de que la escuela trabaje con un plan de formación del hábito de lectura; lo único que hace es enseñar a leer por necesidad.
La esencia de la lectura es la construcción del sentido y esta sólo es posible en el marco de un encuentro personal e intimo del individuo con el cuerpo textual. Un encuentro que se caracteriza por la interacción entre el mundo afectivo y cognitivo del lector y el mundo del autor plasmado en las estructuras del texto.
Como resultado de esta interacción, el lector que asume un rol activo descubre y elabora respuestas, formula nuevas preguntas; esto construye un sentido.
La mayoría de los hogares no cuentan con una biblioteca bien equipada o simplemente carecen de ello, las instituciones públicas cuentan con unas bibliotecas obsoletas y las instituciones privadas no brindan atención a todo el público.
Por encima de todos, los más interesados en la formación de los adolescentes son los padres y ellos son los que deberían de preocuparse en formar un hábito de lectura en sus hijos, dejando de lado sus necesidades personales y dedicándose más a ellos. Siempre decimos y esta demostrado: “se enseña con el ejemplo”.
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